Capitulo 4
Dos años después desde los últimos acontecimientos, las cosas han cambiado algo, lo suficiente cómo para que Juanjo hijo, ya adulto, se hiciese un nombre entre los jóvenes más prometedores del fútbol nacional e internacional. Kiko, por su parte, también. Ambos son muy buenos técnica y tácticamente. Su buena visión de lo que es todo el campo les hace, a ambos, colocarse muy bien y estar en el momento y en el sitio adecuado. Se les presenta, si no fuera por que comparten equipo, y posición en el campo, un futuro en el que van a llegar a lo más alto en el mundo del fútbol profesional.
Ya había acabado el entrenamiento y Vanessa estaba esperando a Juanjo para ir juntos hasta el restaurante en el que habían quedado para comer. Habían pasado algo más de dos años desde que se conocieron. Más de uno y medio desde que empezaran a salir en serio, cómo pareja formal. La relación iba viento en popa, la única pega es que, aún, no vivian juntos. Juanjo lo necesitaba de verdad ya que su situación en casa era mala, a veces peligrosa. Pero aún no ganaban el dinero suficiente -ninguno de los dos- para alquilarse algo decente cerca del campo de entrenamiento y de la universidad.
La de hoy se trataba de una comida de placer.
Todo iba normal hasta que Juanjo no pudo aguantar más las miradas del otro invitado masculino hacia su pareja. No sabría decirte nadie si esas miradas eran intencionadas o no. Lo único claro es que Juanjo las interpretó de la peor forma posible. La escusa, por parte de Juanjo, para ir al baño, no era más que eso, una excusa.Necesitaba poder sacar toda la rabia de dentro. En ese momento no podía pensar, no podía comer. No podía respirar.
A los pocos minutos, alguien entró al baño. No era ni más ni menos que su acompañante en la comida. El otro. El hombre se llamaba Juan, un ex jugador, ya retirado, que por culpa de una lesión tuvo que dejar el fútbol. Ahora poseía una tienda de deportes. La más grande de toda la ciudad. Ya sabes, cuando el bicho del fútbol te pica, ya no puedes sacarte el veneno, eso decía Juan siempre que le preguntaban si no estaba arto de llevar más de treinta años entre espinilleras y botas sucias.
Juanjo, titán- dicho con cariño no suena mal el saludo-¿quieres entonces que te calce con las botas de mi tienda?-se acercó a Juanjo por detrás y le puso la mano en el hombro-Parece que a tu chica le ha gustado la idea.
No lo pensó mucho. Juanjo dio al grifo del baño y puso el tapón que estaba enganchado a la boca del grifo con una cuerda metálica de bolas. El agua empezó a llenar el tocador. Hasta el punto de derbordarse.
Amigo ¿qué haces con tanta agua?- dijo Juan, estaba empezando a asustarse. El agua y la cara de Juanjo en esos momentos no cuajaban bien con su idea de una comida divertida.
Lo siguiente que oyó afuera del baño fue un grito e inmediatamente salir a Juanjo del mismo con las manos mojadas.
El entrenamiento de hoy estaba a punto de terminar. Ya era final de semana y el partido clave de año iba a tener lugar dentro de dos días. Nadie se lo quería perder, ni Juanjo ni Kiko. Todos alrededor de la pizarra, en el vestuario, esperando a que Don Luis, el entrenador y leyenda del club, diera la lista de convocados para el partido.
-Al viejo se le ha olvidado dar la lista-dijo Kiko con sorna
-No digas estúpideces- la voz de Juanjo sonó dura y seca- y respeta a tu entrenador.
Juanjo avanzó hasta ponerse en primera fila.
-Tardará. No es fácil manejar en equipo en la élite- dijo Juanjo terminando de ponerse la ropa de calle.
Kiko se adelantó hasta llegar al frente de la pizarra. Se tomó su tiempo, cómo todo lo bueno, y dibujó un enorme miembro viril en la portería del rival.
-En esto es en lo que se basa la táctica amigo y, sin embargo, compañero Juanjo-ahora ambos se encontraban cara a cara. Eran la cara y la cruz en ese vestuario y en la vida. El yin y el yan. Uno era Frank Sinatra y el otro el cantante de un grupo punk. Una cosa tenían en común, nunca se rendían ante la adversidad.
En ese precido momento el mister, Don Luis, apareció en escena.
Horas después, Kiko Y Juanjo estaban desolados. Resulta que la convocatoria era de diez y ocho jugadores. De los cuáles diez y seies era fijos ya. Entraba un portero suplente y uno de ellos dos. Kiko o Juanjo. Juanjo o Kiko. No había más posibilidades. Y el partido era crucial para el futuro, tanto de ambos cómo del propio club. No había espacio para los titubeos ni para las paparruchas.
Sólo cabía uno más en la lista de convocados definitiva. Esa se daba al día siguiente.