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viernes, 18 de diciembre de 2020

Creación Literaria 2

 

Historia de Juanjo (2)



Se sentía imparable y más aún después de la gran noticia. Iba a entrar la convocatoria para el primer equipo de su club ese mismo fin de semana. Llegaría a lo más alto, no tenía ni una sola duda de ello. Iba escuchando música con sus cascos sin cable, último modelo. El joven juanjo iba a cruzar la calle, no miró y un coche impactó contra su cuerpo. Menos mal que la chica que conducía el coche logró frenar a tiempo y el golpe quedó en algo menor, en comparación a lo que pudo ser. El cuerpo de Juanjo quedó completamente vertical en el suelo tirado. Más por la impresión del choque que por el golpe en si.

La chica, no más de diez y ocho años, morena melena hasta la cintura y largas piernas, salió del coche a toda prisa y sin pensar si podía mancharse su bonito vestido negro, se arrodilló al lado del cuerpo del joven Juanjo.

-¿Estás bien?- dijo ella mientras le tomaba el pulso en el cuello.


Cómo volviendo de un sueño, Juanjo volvió en sí. Consiguió abrir los ojos muy poco, no veía nada claro, sólo que alguien estaba a su lado. Notaba calor humano, hace tanto que no sentía eso. . .

La siguiente visión fue en la cama de un hospital, mano derecha escayolada, rota y además, el tobillo izquierdo roto también. Una cosa no había cambiado para nada, él no estaba allí.








Aquél día no llovía pero cómo si así fuese. Tenía los adentros totalmente encharcados. La humedad, una vez que entra en tu vida ya no se va. Jamás. Él sabe eso mejor que nadie.

Dentro de aquella taberna, oscura y sin vida, se encontraba Juanjo padre. Solo frente a su vaso de vino. Peleón para más señas. A pesar de los diez años transcurridos desde aquella noche, Juanjo padre no conseguía dar un sorbo a ningún vaso de vino sin recordar a su mujer. Dolores. ¿Dónde estará? Se preguntaba cada vez que cerraba los ojos. ¿Se acordará de mi? A pesar de todo lo malo, no habían tenido mala vida o eso era lo que se decía Juanjo a si mismo para no castigarse más. Para no ver el final. Ya bastante castigo tenía encima sin ser el amor de su hijo. Y ahora que iba para estrella del fútbol y podría retirarle de vivir de las ayudas sociales, resulta que la relación entre ambos era horrible.

Calle abajo iba Juanjo padre, camino de casa. Los pensamientos se le agolpaban entre las cejas. Ya no era lo que fue fisicamente. Los años pasan para todos y ya estaba cerca de los cincuenta, y con muchas goteras. Demasiadas.

Ligeramente cojo y con fuertes dolores en la mano.

Se encaminó hacia un cajero que había de camino a su casa. Era tarde, realmente no necesitaba sacar dinero esa noche, y sobretodo no necesitaba discutir con la indigente que dormía en ese cajero.




Su hijo salía muy bien acompañado del hospital. La chica que lo atropelló, al verle solo en la habitación del hospital y que le había parecido atractivo, se ofreció a llevarlo a casa.

La salida del hospital fue fácil ya que las lesiones no impedían el movimiento. Lo más complicado fue subir al coche. La chica lo ayudó a todo en todo momento.

-Me llamo Vanessa- dijo ella mientras se sentaba al volante de su coche. Pensó que a ojo debía tener quince años el chico, o quizás más. No tenía el don de adivinar la edad de la gente. Ella tenía los diez y ocho recién cumplidos.

-Yo me llamo Juanjo- no lograba abrocharse el cinturón- ¿Puedes ayudarme con esto?

-Claro que si. ¿Por dónde queda tu casa Juanjo, te acercaré?

-Muy cerca de aquí, yo te indico- el jóven no pensaba en que la chica había estado todo el día a su lado ni de lo servicial que era con él al llevarlo a casa. Solo podía pensar en si estaría o no en buenas condiciones para jugar el fin de semana.

Mano rota y tobillo también, no paraban de sonar las palabras del doctor en su cabeza una y otra vez. O sucedía un milagro o no podría debutar.

En menos de un minuto, se encendieron los faros del coche y se pusieron en marcha.



-Venga padre, subamos a casa-

Juanjo hijo estaba agarrando fuerte del brazo a su padre y tiraándo de él hacia el portal. Él, por su parte, vociferaba a la yonky que estaba haciéndose la dormida en el cajero.

-Hijo, no sabes las cosas que me ha dicho la yonki de mierda esta-grita eso el padre mientras intenta soltarse de su hijo.

-¡He dicho que subamos!-el semblante del hijo era cada vez más serio y la cara de psicópata asomaba. Algo se estaba volviendo a romper dentro de él. Otra vez.

Justo en ese momento pareció hacerse de día repentinamente en Juanjo hijo. El cuerpo de Juanjo hijo pareció volverse una estaca. La rigidez era casi hipnótica. Las venas del cuello le iban a estallar.

Con los brazos muy duros y las venas muy marcadas dijo:

-!Vámonos¡

Al mismo tiempo cerró el puño.

-!A casa!

El grito sonó tan gutural que no quedó ni un solo pájaro en kilómetros a la redonda.






La escena era dantesca. El hijo estaba abroncando al padre según iban subiendo por las escaleras del edificio. El ascensor, cómo de costumbre, estaba roto. El mundo al revés en lo que a una relación padre-hijo se refiere. La cocina fue el lugar elegido por el pequeño Juanjo para seguir abroncando a su padre. En la calle no iba a motar un espectáculo. Los dos, uno enfrente de otro, estaban discutiendo acaloradamente.

-Pero tú ¿Estás loco?-dijo el pequeño Juanjo agarrando de la chaqueta a su padre. Sólo a un perturbado se le ocurre ponerse a discutir con una persona sin hogar. ¿Quieres que te deje en paz para que bajes a discutir con quién sea por un cartón de vino? ¿Eh? ¿Eso quieres?.

-Hijo no me sermonees, soy tu padre y me debes respeto.


El pequeño juanjo estaba echo una furia. Soltó a su padre pero su rostro estaba totalmente rojo y las venas del cuello muy marcadas. Una botella de cristal vacía fue la elegida.


La relación no era buena.




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