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viernes, 11 de diciembre de 2020

Why always me: Creación literaria 1

 

Historia de Juanjo. Capítulo 1




Sus ojos estaban casi pegados al cristal de aquella ventana, rota y sin arreglar. Exactamente igual que su alma. Su cabeza no paraba de pensar en dos cosas, su marido y su hijo. En maldita hora conoció a ese mal hombre que le dio tan mala vida. Existía un hijo entre ambos, fue buscado pero fue más fruto de una especie de salvavidas para la relación que al final no salvó nada. Pero el hijo ya era una realidad así que siguieron adelante con todo. Mala decisión a posteriori, todo se ve tan fácil a posteriori ¿verdad?. Los dos, hijo y padre, se llamaban igual, Juan José.

De repente, había empezado a llover a mares. Ella en el fondo sabía que su marido no tardaría mucho en llegar ya que a esas horas los bares de la zona estaba al cerrar. Aquellos ojos tan bonitos, pegaban a la perfección con esa cara de ángel. Su figura ya no es, para nada, lo que fue pero aún conservaba el toque mágico para derretir a lo hombres. Una pena que no pudiera olvidarse ni por un segundo de su vida y sus obligaciones maritales. De lo contrario, habría aceptado a alguno de sus pretendientes. Su rostro estaba rojo, cómo de haber estado llorando. Mucho.

La mal llevada y llamada historia de amor empezó, inocentemente hará unos veinte años. Dolores no contaba con apenas veintidós años por aquél entonces. En un pequeño pueblo a las afueras de Madrid había acabado trabajando. Sirviendo en la casa de unos señores de la alta sociedad madrileña. La familia Gómez-Luque, famosos en toda España por poseer la mayor fábrica de quesos del país. Dolores, en primer momento, pidió trabajo en la fábrica pero quedó la vacante libre de asistenta y la aprovechó.

De ocho de la mañana a tres de la tarde, dos horas para comer y hasta las diez de la noche, sin descanso ni paz, era la jornada laboral de Dolores en esa casa. Un día libre, de los pocos que tenía Dolores, lo gastó en irse a bailar con unas amigas. Sirvientas de casas de los alrededores a la suya. Se juntaban diez chicas de edades entre los veinte y los treinta años y muy monas además. Todas juntas eran el terror de los chicos del pueblo, lástima que ninguno era lo que buscaba Dolores. No había ni uno que no hubiera sucumbido a los encantos de alguna de las jóvenes. Decidieron ir al cine antes de ir a bailar. Nada mejor que ver una película de terror antes de salir a bailar y si se tercia, ligar. Allí, en la taquilla del cine, se encontraba un grupo de chicos que debían ser de fuera del pueblo ya que no les sonaban a ninguna de nada. Alguno de los chicos del grupo era realmente guapo. Se notaba que eran de fuera por las vestimentas. Abrigos largos, algún sombrero negro con una pluma de colores chillones y pantalones campana de colores, a juego con la pluma del sombrero, era lo que más abundaba en el grupo de chicos. Las chicas quedaron totalmente hipnotizadas por aquellos chicos y decidieron acercarse.

Las chicas decidieron optar por la táctica de “yo a ti te conozco” para entrar al grupo de chicos. La táctica consistía en acercarse una y hacer cómo que pasas por allí, buscando algo y acercarse así a los chicos para de repente decirle a uno “yo a ti te conozco” ya lo demás vendría rodado. Mal se tenía que dar para no entrar al cine acompañadas esa tarde.

A pocos metros de allí, en una esquina no muy frecuentada y poco iluminada. Justo debajo del letrero de un bar e el que podía leerse “ chicas aquí y ahora”. Un joven se debatía entre la vida y la muerte. Un grupo de mal nacidos le habían pegado una paliza para robarle todo el dinero que llevaba encima. Pudo oír mientras le pegaban algo sobre ir al cine o algo así.



No costó mucho que las chicas y los chicos se fueran mezclando. Tampoco costó mucho que se fueran emparejando. La juventud es lo que tiene. Las hormonas. El baile de las hormonas nunca para y menos con esas edades. En la época, lo normal era que los chicos invitaran a las chicas al cine. Ese día esa regla no existía. Cada uno acabó pagándose lo suyo. A Dolores ese detalle no le gustó, sinceramente, ni un pelo. Ella estaba acostumbrada a que los chicos la invitaran a todo. Una vez incluso un chico del pueblo acabó limpiando la casa de Dolores de arriba a bajo, con las esperanzas de que Dolores le diera una cita. No lo consiguió finalmente, lo que si consiguió es que el suelo de la casa quedase resplandeciente. Eso era lo que necesitaba Dolores. Sin más empezó la película. Habían elegido una de terror, así Dolores podía echarse encima de su acompañante si fuese necesario. El acompañante, por su parte, encantado si eso pasaba. Él se llamaba Juanjo, nacido en la capital, Madrid, de estatura media y muy bien parecido. El único pero que Dolores le ponía era una mancha en el cuello de nacimiento. Un antojo. La mancha se asemejaba a una judía. Hubo pocas palabras entre ambos durante la película. Alguna que otra mirada furtiva sí. Lo interesante sucedió al salir del cine.

Ya en la calle, se reunieron todas y todos ya que cada uno había elegido una película distinta. No todos y todas buscaban lo mismo. Ya había caído la noche y el frío se hacía notar, sobretodo en las mejillas y en los dedos. Ahora el abrigo largo que llevaba Juanjo valía para algo. Dolores, muerta de frío, se acercó a Juanjo.


-Podrías arroparme con tu abrigo – dijo ella mientras se acercaba a él mirándole fijamente a los ojos.


Juanjo no dijo nada, sólo se quitó el abrigo y se puso por encima a Dolores. Ella notó el calor de inmediato. Debía ser un abrigo con calefacción cómo mínimo. En un intento por conectar más, Dolores se echo, literalmente, encima de Juanjo. Por lo visto en toda la tarde-noche, Juanjo era un hombre de pocas palabras. Lo fue durante toda su vida con Dolores.


La relación empezó mal, para qué engañarse. Al principio de la relación Juanjo era autónomo. Dueño, a medias, de un bar de copas. Les iba bien aunque las copas se las tomaba él más que los clientes y acabó cerrando .Dejando atrás el sueño de ser su propio jefe. El carácter de Juanjo no era fácil de llevar. Aguantaba poco que le mandaran. Desde ahí fue todo de mal en peor. Encadenó varios trabajos precarios seguidos. Peón de albañil, aprendiz de carpintería y un largo etcétera de trabajos en los que ser puntúal, aseado y no adicto al alcohol eran norma básica. Con lo cuál Juanjo era despedido sin aguantar siquiera el periodo de prueba.

Con todo y con eso la familia se adentraba en el maravilloso mundo de tener un hijo pero sin trabajo estable ninguno de los dos. Él no tenía ganas de trabajar y ella no podía. El pequeño Juanjo venía en camino. Mal le iban a ir las cosas al chaval si su padre era Juanjo, un alcohólico incapaz de cualquier cosa que no sea para beneficio propio. Dolores eso lo sabía en sus adentros, pero no quería que su hijo creciera sin padre. Fuese cómo fuese el padre. Ella sabía bien lo que era eso.


La lluvia seguía cayendo. Cada vez más violentamente, las gotas caían en el saliente de la ventana y rebotaban el el cristal de la misma. Las gotas más amargas no eran las de fuera, eran las de dentro, las que pendían de sus ojos.

Dolores seguía pensando en qué no fue buena idea dejar el pueblo para casarse y formar una familia. La que tenía no era su idea de familia. Pero, con quince años, su única idea era salir del pueblo. Le quemaba la idea de cumplir más años entre animales y podredumbre. De su vida entre vacas y ovejas. Ordeñar la mañana entera, comer en quince minutos, y cuidar a los hijos de los ricos del pueblo toda la tarde-noche. Y así todos los días de su vida y el futuro no prometía ser mucho mejor. Así que decidió buscar empleo en la ciudad. El resto ya lo sabéis.

El reloj del salón sonó y el pequeño muñeco de futbolista salió de dentro del reloj. Era el reloj favorito del pequeño Juanjo. Ya eran las doce de la noche y aún Juanjo no había vuelto a casa. No sabía qué versión de marido se encontraría hoy. El marido arrepentido de la vida que están llevando los tres, el ogro o el violento capaz de todo. La cerradura de la puerta comenzó a sonar. Ese sonido ya no lo identificaba con un ladrón. Desde fuera alguien estaba intentando meter la llave en la cerradura, sin éxito. Juanjo ya había llegado y no en buen estado. La noche iba a ser larga.

Al fin Juanjo entró en la casa. Hizo el movimiento de dejar las llaves en el cenicero de la selección de fútbol que había junto a la puerta, pero no acertó y las llaves fueron a parar al suelo.


-Ya has vuelto a mover de sitio el puto cenicero- dijo Juanjo en un tono alto de voz mientras se sacaba el poco trozo de camisa que aún llevaba por dentro del pantalón. La borrachera que llevaba era evidente.


Casi por instinto, Dolores cerró los ojos. La pesadilla tenía otro capitulo y estaba escrito que ella era la protagonista.


-Me apetecen unos huevos fritos- Acertó a decir Juanjo mientras se tiraba en el sofá y encendía la televisión. Los zapatos de Juanjo volaron por los aires.

-¡Juanjo!- dijo ella con evidente miedo en la voz -Ya es un poco tarde para ver la televisión y, además, tenemos que respetar las horas de sueño del niño.

-¿El maldito crío ese?-dice por fin, después de procesar mentalmente las palabras- Qué se joda. Nadie respetaba mis horas de sueño y no he salido tan mal, ¿A que no?

Dolores se pensó la respuesta. Mucho. Pero no dijo nada. Hoy no era el día de responder nada.


Pasaron cinco minutos y cómo Juanjo se había medio dormido en el sofá se olvidó de hacer la cena y se puso a doblar ropa. Casi tres metros los separaban y el pequeño Juanjo dormía plácidamente en su habitación, arropado con las sábanas de su equipo favorito. El pequeño barreño verde dónde Dolores guardaba la ropa doblada cayó al suelo y despertó a Juanjo.


-¿Y mis huevos?- El enfado era evidente – Son más de las doce y media y yo aún no he cenado nada- Se puso de pie, arrojó un cenicero que dio a Dolores en plena frente.

La sangre brotaba de la frente de Dolores. Caía igual que la idea de marcharse de allí de inmediato.

Ya con el estómago lleno Juanjo se fue a dormir, dejando a Dolores recogiendo y fregando los cacharros. La decisión ella ya la tenía tomada. Quizás desde el día que les dieron el piso. Juanjo se fue a celebrarlo con sus amigos y dejó a Dolores sola en una casa vacía y sin alma, cómo Juanjo. No aguantaba ni un minuto más al lado de aquel ser tan despreciable.



Minutos después, sin apenas hacer el mínimo ruido, estaba dejando una hoja escrita a los pies de la cama del pequeño Juanjo y le besó despacito en la frente. Abandonó la habitación entre lagrimas y sigilo. Dio un último vistazo a la casa en la que fue feliz a ratos y salió por la puerta. Cerró la puerta de la casa sin hacer ruido. El ruido ya no cabía en su cabeza ni en ningún rincón de su cuerpo.

Al día siguiente el niño despertó muy temprano. Ya tenía la hora cogida para ir al cole y para ver los dibujos también. Vio una hoja encima de su cama y la cogió sin pensarlo. Era un niño muy curioso. Era la inscripción para el equipo de fútbol del colegio. Firmada por el entrenador del equipo, el presidente del club y su madre. El pequeño Juanjo miraría un millón de veces más esa firma ya que era lo último que tendría de su madre.


Si podéis/queréis dadme vuestra opinión por twitter @LilloATM


















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